martes, 21 de diciembre de 2010

FUNERALES DE MI PADRE de Germán Pardo García

FUNERALES DE MI PADRE


Al frente de tus verdaderos funerales
caminaba con lentitud un potro entristecido.
Venados sementales conducían el féretro
y te daba su protección una escolta de nubes.
Así, padre, agricultor, agreste caudillo magnánimo,
saliste de la vida para ingresar a un mundo
de sordas voluntades y fúnebres cosechas.
Un mundo apenas sensible al peso de la luz y a los luceros actuantes,
mas receptor potente del carbono
y organizador de toda vegetal arquitectura.
Es verdad que en las antiguas catedrales se enlutaron los órganos
para llorar por ti yacente.
Es verdad que un minuto de silencio
cruzó como huracán secando tu enérgica ceniza.
Pero tus funerales legítimos pasaron
con su escuadrón atónito de verdes estandartes,
al pie de un bosque azul, cerca de un valle colonizado
por cuchillos de atletas leñadores,
y bajo el sol cargado de sílices violentos.

No te despedías, no, de primaveras excitantes
en su anular asalto de sueños rojos y de espumas altas.
No te despedías, no, de vientos insaciados,
ni del zumbido labidental de las colmenas
circunvalando casas y árboles.
Ibas a conocer la vida con tu rostro, ya levemente subte­rráneo,
en sus mismos orígenes;
allá donde los ojos son aguas ciegas que aún ignoran
la rotación de las imágenes,
y las manos oscuras formas que empiezan a moverse
dotadas de raíces
ávidas de tocar volúmenes que están sobre la tierra.

Tu voz congregodora de rebaños
no estaba ausente. El eco montañoso
guardábala en su pecho de piedra carcomida.
Y en el instante en que tu ser tocaba
la arcilla para ser un huésped misterioso
de todo lo que se hunde, para siempre,
la soltó como viento inolvidable
que hizo temblar las cumbres, estremeció cavernas
y levantó cervices de bestias que escucharon
el último alarido del proscrito.

Dejaste testimonios de ti que sólo un hombre
salubre como tú nos lega y nos confía.
Parcelas cultivadas; almácigos; columnas;
terrenos de reserva y acequias entregándose.
Dejaste tu bastón unánime de mando;
tu rústico sombrero; tus botas de campaña
y el libro de botánica rural en que leías.

Así tus funerales que presidió la tierra
y emocionó con su lamento un río.
Ninguna esclavitud acompañándote.
Tan sólo libertad de tierra y cielo.
Desde entonces yo miro con amargura la montaña
del lado en que partiste.
Quedó en su verde flanco vacío semejante
al que abren los encinos patriarcas de la selva
cuando su enorme cuerpo se desploma.

Todo fue grande y puro para tu firme tránsito.
No la consumación sino el comienzo.
Jamás la sumisión sino el dominio.
Las hostias vegetales elevándose
en custodias de greda incombustible.
El ladrillo quemándose en los hornos
para cubrir tu noble sepultura.
La claridad del universo defendiéndote
de toda oscuridad en el espíritu.
Y allá, muy lejos, sin poder mancharte,
los territorios donde el hombre aguarda
ser desclavado de su cruz de acero,
no por arcángeles falsarios o nubes penitentes,
sino por un ejército de caras musculares
que en sus hombros conduce las banderas agrícolas.

Así fue tu trabajo afirmativo:
calcular el rendimiento de los surcos
que han de llenar las venideras trojes.
Ser piloto del aire que disuelve
la tempestad y brinda la llanura
como un estadio ante el brutal galope.
Ser un arado, un yugo, una coyunda,
y conocer como silvestre obrero,
más que el espacio la potasa arbórea;
más que la luz el corazón del trigo.

Y porque fuiste así, rotundo y fiel a tu sabiduría agraria
opuesta a la disgregación y al exterminio;
porque solías reposar en pieles de cordero
o en maderas mullidas con manojos;
porque bebiste el agua en cálices de barro
y te sentaste a humilde mesa sin manteles;
porque tuviste mansedumbre de humanizado toro
y voluntad conquistadora;
porque te desbordaste como río sobre el terrón hambriento;
porque fuiste conductor de aserradoras gentes
y zapador de sedentarias minas,
yo te proclamo capitán adusto
de estirpes labradoras y pecuarias;
me interno en las montañas que amaste; corto un gajo,
el más lleno de zumos y resinas,
y construyo con él una espada de roble
que dejo entre tus manos de campeón dormido.

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