viernes, 27 de enero de 2012

MEMORIA DE MI MADRE de Germán Pardo García


MEMORIA DE MI MADRE

Cuando murió mi madre yo tenía
la corta edad de un símbolo alfarero.
Era el rudimental barro primero     
sin la virtud de su albañilería.

Quedó el vaso inconcluso. Está vacía
su cerámica tosca, y lastimero
testimonio señala el instantero,
ahí en la mesa descarnada y fría.

Las gramíneas recuérdanla tan leve
cual su corporeidad de harina y nieve.
Asimismo la evocan las legumbres.

Yo ni siquiera la recuerdo y callo.
Mas al callar para encontrarla, la hallo
con la misma grandeza de las cumbres.

jueves, 26 de enero de 2012

LOS HUESOS SON VIDA de Germán Pardo García

LOS HUESOS SON VIDA

Fui descarnando voluntariamente.
Mondándome los pulsos y la cara
y el esternón, para que no quedara
de mí sino este hueso resistente.

Este hueso que aquí sobre la frente
semeja una colina que se aclara.
Hueso de luz con el que al fin tocara
algo que es inmortal y diferente.

La carne fue acabándose en escueto
desamor de mí mismo, y  adherida
casi con alfileres al secreto

de mi muerte por nadie conocida.
Morí, pero a través de mi esqueleto
se puede contemplar toda la vida.

lunes, 23 de enero de 2012

TEORIA DE LA NOCHE AMERICANA de Germán Pardo García

TEORÍA DE LA NOCHE AMERICANA

Antes que la gran tarde continental se llene de sombras,
cual una patria aérea invadida por oscuras águilas,
concentraré mi cuerpo cerca de estos valles
que dibujan sobre los meridianos de la tierra
la historia remotísima de la sangre aborigen
y los relatos del hombre habitador de hidrópicos mundos.

Haré que las hondas selvas próximas a escuchar pregones lejanos
de quenas, cornamusas y roncos teponaztlis,
me entreguen su conmoción ante el silencio
que baja de los Andes como jaguar a las cuevas
donde arañas deformes trabajan para la muerte,
como trabajan también hormiga y chucua para la muerte,
mientras la constructora mecánica del suelo
fermenta el hervor caótica de gérmenes que viven
mezclándose con la pudrición debajo de las ciénagas.

Como un emperador indio
envuelto en su soberbia casta legítima;
de pie sobre las rocas sagradas y los ojos
fijos en los holocaustos del sol en su poniente,
así en rojo tezontle cimentaré mi sueño;
en lo más mexicano de un peñón borrascoso,
donde mis sienes puedan sentir los tránsitos del aire
y comprender mi espíritu la fuerza de unos pueblos
que amaron como yo estas mismas cordilleras de América;

aquí se arrodillaron,
aquí se engrandecieron
y aquí como profetas agrícolas hablaron
de las cosas nutricias; de los bosques sedientos;
del alcance horizontal de las raíces
y la fidelidad del hombre a las montañas.
Me tenderé a la orilla de un lago migratorio
para que así, muy junto de su fluvial deslave,
pueda tocar con más justicia el polvo de las vértebras;
la virtud labrantía de los dedos
y el estrago ya disperso de las rótulas,
caídas en la arena y calcinadas
por furias que chocaron contra el moreno Continente,
hasta desquiciar columnas monolíticas
y fundir aquellas láminas de oro.
que brillaron en los dinteles de las casas
llamándolas de las más humildes músicas
cuando el viento les hería sus biseles,
como si fueran de carrizo silbador
o de atributos del maíz.

Me tenderé a la orilla de un lago porque América,
desde el Yukón a la Patagonia,
salió del agua en el principio de los tiempos
como una balsa llena
de plátanos y piñas;
balsámicas maderas;
azules mariposas;
venenos y volcanes;
defensa pectoral hecha de pieles
de caimán aletargado en la manigua,
y plumas de quetzal
escondido cual una móvil esmeralda
bajo las selvas del Petén.
 Así América lacustre, bestial y cataclísmica;
recuérdalo figuras de batracios que los indios
esculpieron suplicantes en las rocas,
para pedir que se alejaran
los líquidos poderes invasores.
El agua retirándose dejó sus venas repartidas
en las vertientes amazónicas;
sus ojos en los lagos de la dulce Guatemala
y su cabellera al pie del Iguazú.

El agua fue para América origen tempestuoso de su vida.
Por eso cuando pronuncio estas palabras
con algo de su espíritu y su sangre,
idólatra y pagano confieso
la primitiva pasión que me subyuga,
y digo una plegaria que comienza
signándome la carne con luceros arborescentes,
en el nombre de la Tierra y del Espacio;
de la caoba que contiene vigas y sepulcros;
de los vestigios caminantes de la raza
y del sol que todavía nos gobierna en las alturas.
Una plegaria que principia proclamando
mi culto a las tinieblas de la noche,
y concluye con actos de fe sin esperanza
en la amargura original de América.
y ante las sordas cumbres del Chimborazo clama.
Así creo en mi país meciéndose con ruidos de selva
                                                    [irremediable
desde el Darién al Putumayo.
Así mi nación de ríos que ningún mar resume.
Así Colombia acuática y agobiadoramente vegetal.

Me tenderé cerca de silencioso río a esperar la noche
que invade con su espuma de inorgánicos ébanos,
las subterráneas formaciones de carbón.
Me tenderé a esperar la noche

Como antes al regresar de sus asaltos
a los cobrizos peces y las leonadas fieras,
los rápidos arqueros cazadores.
Me tenderé a esperar la sombra cerca de silencioso río,
porque agua, oscuridad y hermetismo selvático
son la terrible clave hereditaria
del hombre de América.
Tres buitres anclados en escuetos farallones.
Tres Orinocos desaguando siempre en nuestra sangre.
Tres murallas mortuorias oprimiendo
los pantanos donde suplica el «diostedé».

Únicamente los que nacimos en América
comprendemos la enormidad del telúrico luto.
Decid a un americano auténtico la palabra «penumbra»,
y agitará los brazos
como un ofidio constrictor.
Es su nocturno instinto, su inclinación de selva
buscando sus orígenes.

Decidle "agua" y entonces descubriréis lagunas
en sus ojos manchados de crepúsculos.

Sin embargo decidle "silencio" y en sus manos
florecerán manojos ce catleyas.
La flor americana del silencio que nunca
se interrumpe. La flor más desértica y libre.
Se alimenta de brisas y silencios y músicas
inaudibles. A veces palidece y suspira.
Se sostiene en la danza. Se ilumina con los éxtasis.
Nace sobre una vara de silencio y olvido
y en olvido y silencio multiplícase y muere.
Otros días quisiera volar como un espíritu
y alejarse entre luces amarillas y lágrimas.

Abandonaré ciudades donde se cumple mi destierro
de todo cuanto es orgánico energía.
Allá dejé raíces como brazos que abren túneles
por donde pasan atropellándose en su arterial carrera,
los verdes glóbulos del fondo.
Dejé calor sacando a cada instante vidas trágicas
del territorio fétido que pudre.
Dejé vigor, crueldad en las batallas animales
y un odio de tinieblas contra hombres y criaturas.

Yo llamo a la noche americana: ¡madre!,
y ella me grita desde sus cóncavas regiones: ¡hijo!
No conocí a mi madre. Murió cuando mis ojos
ignoraban las transformaciones de la luz.

No conservo su memoria o si la guardo
es como río doloroso fluyendo entre lo oscuro.
La noche protegió mi formidable desamparo.
Crecí como algo suyo; como se desarrolla el trueno
en sus velocidades enemigas.
Hay un rencor en mí contra la claridad y la esperanza
y una insubordinación irredimible.
Llamad me por el nombre de una bestia nocturna
y acudiré,
porque mi confusión es parte de la noche
y mi angustia un zarpazo de su abismo.

Abandonaré metrópolis de cal donde se cumple mi destierro.
Allá me aguardan vegetaciones oscurísimas
y toros con tormentas en los cuernos;
obsidiana en los ojos y pezuñas,
y cuerpo de canela que se vuelve
misterioso en las cúspides sin astros.
Así América implacable en su hermosura;
vital bajo sus légamos caribes
y pobre entre sus ídolos de oro.

He de volver a sus desiertos a engrandecer mi espíritu.
Su sombra es luz de mis poderes veteranos.

Su pan el hambre de mi boca.
Su tempestad mi sosiego.
Su pudrición el más salvaje de mis gozos.
Yo soy el compañero de sus tribus que caminan
sobre savias vigorosas preguntando
por el instante mismo de la muerte.
Abandonaré ciudades, olvidaré metrópolis
y volveré a tenderme a la orilla de un río silencioso;
uno de esos turbios ríos de nombres musicales: Inírida,
                                                            [Vaupés,
 a esperar como las serpientes el amparo de la noche de
                                                              [América.

 



domingo, 22 de enero de 2012

CUANDO MIS LABIOS SE CANSEN de Germán Pardo García

CUANDO MIS LABIOS SE CANSEN
 

Cuando mis labios se cansen, porque también los labios sienten
sideral fatiga,
imitaré a los vagabundos:
pondré sobre los hombros mis grises pertenencias,
y seguido por un cortejo de azules moscas
y canes indigentes,
me alejaré por un suburbio triste, sacudiéndome el polvo
de la vida y los astros,
hacia un amarillo bosque
donde mi espíritu no sufra;
hacia uno de esos maravillosos bosques
otoñales,
a soñar.
Me habré cansado ya de hacer surgir el sol,
cual Orfeo
al resonar de mi silvestre cántico,
y no convocaré ciervos ni alondras
para cantarles mi pasión de vida.
El arpa polífona será monocorde leño,
o estará rota y olvidada.
Sin ella ambularé sordo y cegado,
pues con sus cuerdas excitadas oigo
y sus sentidos espumantes veo,
mas no podré escuchar ni percibir entre las
nubes,
la cabellera de Eurídice pasando.
¡Ya para qué la luna, amiga siempre ecuánime,
y el prestigio de los luceros
y la soberbia de Saturno!
Me abasteceré de cualquier limosna aérea;
del hurto a frutales cultivos
o del casual encuentro con otro celeste vagabundo.
¡Viviré de astrales misericordias,
yo, el usurpador de un laurel dinástico
que en un jardín de celuloide brilla!
¡Yo, un divino haragán!
¡Qué fácil no sentirme fundador de un imperio danzante
regido por arrebatadoras músicas,
ni organizador de nuevas y azules jerarquías!
¡Qué cansancio,
y qué alivio
no sentir al Misterio gravitar en mis hombros!
¡Yo, un vagabundo del espacio,
estaré en el final de mi carrera!
Inútiles las preguntas incesantes: ¿qué he sido,
qué perturba mi calma, qué mi nombre fustiga?
¿Habré llegado al preciso límite
donde la soledad se vuelve música?
¡Para qué preguntarlo, si ya el sueño me agobia
con el último sueño!
Bostezaré como el vagabundo
cuando se acuesta entre su séquito de moscas y de canes.
Consultaré a las nubes: ¿será larga la noche
que arropará mi pródigo descanso?
¿Nadie entendió en el mundo
que fue solar mi vagabundería
y el lodo gris de mis zapatos, hímnico?
Volveré a bostezar cósmicamente
y a decir: ¡hasta pronto, jilgueros,
y vosotros, vulgares amigos!
Mas, antes de dormirme para siempre,
formaré con espartos y sucios cordones,
un arpa humilde, un arpa,
y la dejaré sobre mi pecho para que ahí,
tendido,
vuelto a la vagancia eterna,
el viento cante y cante
sobre mi ser y mi vestido astroso;
y el sol, por mí siempre invocado,
retorne y cante
y cante
sobre mi paz de taciturno Orfeo,
porque yo soy el pulsador de universales
cítaras.

jueves, 19 de enero de 2012

TESTIMONIOS DEL VIENTO de Germán Pardo García

TESTIMONIOS DEL VIENTO
I
(La voz de la Tierra)
YO, la Tierra solemne, la que he sido
carne del Hombre y cal de su hermosura.
Yo, sólida de peces masculinos
y líquida de válvulas licuantes.
Yo, que a nivel de las rosadas piedras
escarabajos de coral educo
bajo la luz de mis azules foros.
Yo, que en la frente cazadora tengo
raíces de arbolada encornadura,
y que embalso a los ríos en mis venas
para irrigar con ellos la sequía.
Yo, que escucho correr sobre mi cuerpo
las angustiadas bestias iracundas;
que lenta soy en madurar los bulbos
y en la osificación de mis cartílagos,
aquí, desde la sal que me abastece;
desde mi corazón de yesca antigua
y de residuos de materias bajas,
pregunto por mis hijos.
Soy la madre
selvática de selvas femeninas,
que el tenue musgo de los sexos dora.
Soy la hembra multípara en sus actos
profundos de preñez y de lactancia.
La mujer que bajó hasta los orígenes
de los rudimentarios alimentos,
a buscar el licor que de las glándulas
a la pulpa labial surge y blanquea.
Pregunto por aquellos procreados
al mestizo color de mi semblanza.
Yo los formé de mí hasta convertirles
en figuras retráctiles y eréctiles.
Clavé luceros en sus lacias crines;
un topacio pulsátil a su izquierda
y un carbunclo radial entre sus ojos.
¡Oh seres míos de espaciales vuelos!
¡De piernas duras y cuadrados hombros!
¡De uñas cual zarpas de apacibles fieras
y alma de espuma y rotación sanguínea!
¡Recias criaturas de infinito alcance,
que tú, oh Muerte, por romper mis vínculos,
a tus jardines apagados llamas!
Pregunto por vosotros, seres míos,
pescadores y agrícolas enérgicos.
Haced que fulgurantes me respondan
vuestros labios fructívoros y agrestes.
Si mi lengua boscal es casi sorda,
gritadme los vocablos que modulo
con voces de lejanas cornamusas
y broncos monosílabos de trueno.
La verticalidad que os di contiene
azúcar de limones amarillos
y grasa de purísimas almendras.
Humedad como el cuerpo de los pinos;
acero como el fondo de las minas;
azufre de las rocas esteparias
y fósforo de océanos y escualos.
Pregunto por mis hijos leñadores,
que al ruido de sus gubias y garlopas
trabajan mi floral carpintería.
Por aquellos que labran mis canteras;
por los que silenciosos me roturan;
por los dominadores de caballos
y los que en las llanuras sacrifican
a mis ásperas reses mancornadas.
En dónde están mis hijos, ayudantes
de la locomoción en mi tarea?
Recuérdolos mirándome de frente
con toda la rudeza de sus caras.
Su consanguinidad con los cuadrúpedos
les daba simbolismo de centauros,
porque bestiales como potros eran,
y a la vez de celeste jerarquía.
Yo los vi conquistar elevaciones
en las que sólo puéblanme las nubes.
Ir más arriba hacia el bastión aéreo
y descender a hundirse en mis entrañas
con la tenacidad de sus taladros,
a extraer el carburo que se empoza
cual una densa lágrima de aceite
continental, debajo de las criptas.
Seres míos, no luces sino brasas.
No carne dolorosa sino músculos.
No espartos suplicantes sino selvas.
No casas de amargura sino pueblos.
Titanes destroncados de sus cruces.
Cadenas destrozadas por la furia.
Pilotos en sus águilas dementes.
No arcángeles divinos sino obreros.
Murallas de los pies a la cabeza
y grandes a pesar de la agonía.
Pregunto por vosotros.
Soy la madre
selvática de selvas donde esconden
su lujuria los negros cuadrumanos.
Huelo a almizcles sexuales y a placentas.
A glándulas lactarias derramándose,
y a la potencia de violentos búfalos
cuando excitados en la sombra mugen.
Y clamo por vosotros y pregunto
por vosotros, con mis invocaciones
de sexo universal, íntegro y fuerte.
2
(Testimonio del viento)
Yo, que te circunvalo como anillo de cristal
ciñéndote con él las elevadas sienes.
Yo, tu amador calzado con pálidas sandalias
y en los riñones puros un cíngulo de estrellas.
El más claro de sus ligeros habitantes
y el que a tus bizarrías esféricas acude.
Yo, que en tus labios como ríos hundo
mi roja sed de soles y cósmicos desiertos,
a ti, Madre de la Fuerza Dolorosa
defendida por mil panteras enlutadas,
escucho en tu clamor.
Mi movimiento rápido, más que tus blondos cérvidos,
a todos tus relieves altísimos abarca.
Soy el amante móvil que sin cesar trasládase
sobre tu abierta pelvis de verde maravilla.
Cada vez que mis pulmones soplan, tus árboles muévense.
Hay suave celeridad en la tracción de las orugas.
Mi beso agricultor difunde el polen,
y cual si fuera el dorso de un león en celo,
pausadamente ondulan tus dóciles gramíneas.
Yo, tu amador, les doy a tus seres quietísimos
movilidad y música. Yo, el celeste huracánida.
Oye a tu mar cantando. Soy yo pulsándole como una cítara.
Mírame transparente y libre fluir desde las constelaciones
a envolverte en un velo de sonidos y danzas.
No ciego, sino mirándote por las noches con mis ojos
                                                [luciérnagas,
y en la luz con retinas de rocío y aralias,
hallo en tu desnudez oculta
las armonías que te cubren bajo el silencio y la soledad.
Vestida estás de cálices herbáceos, de colmenas,
de helechos casi nubes, más que nubes a veces,
y de purísimos cristales de agua en el instante de nacer.
¡Oh Madre de las células dulces
y las textiles ligaduras
sobre los hombros, en que solferinos pájaros
te cantan a la occidental luz tibiamente terrestre.
Tus hondos llamamientos
escucho con mis sentidos, finas telas
de arácnidos y lluvia,
que un temblor cauteloso de granizos ensarta.
Llena estás de misteriosas incitaciones
que yo siento, inclinándome
sobre las corrientes subterráneas que te pulsan,
como el embrión al seno de una mujer castísima.
¡Yo, tu amador calzado con pálidas estrellas!
Con mis oídos, mágicos iris, lentamente te escucho
y con mis ojos, prismas veloces, en tus páginas leo.
Esa ficción tuya la escriben
colonias de insectos zapadores,
en los papeles que el otoño
al deshojarse en tus colinas deja.
Ahí está ese relato de irredentas lágrimas
que tú después escondes en la quietud de tus lagunas.
Lágrimas, ¿de quién, de cuáles ojos al dolor inminentes?
¿De una mujer que en la penumbra aguarda?
¿De algún soldado herido en su trinchera?
¡Oh Madre de la Fuerza Dolorosa
defendida por mil panteras enlutadas:
sufres y tu dolor doblega
al blanco digital de las alturas!
Preguntas por tus hijos y te responden voces incógnitas,
¿de qué herméticos labios ingozantes?
¿De qué ignorada boca que suplica
desde unos enemigos territorios?
¡Ah, Tierra!
Óyeme recorrer nocturnamente caminos
detrás de las torrenciales marchas de tus pueblos.
En cada fracción de sordas, novilunarias sendas,
toco luceros fríos de misteriosos coágulos.
¡Sangre, quizá! ¿De cuáles razas nómades?
¿De algún ruiseñor que siente la punzadura de una espada?
En libres, remotos bosques, tus hijos erguían cantos
unánimes
ebrios de luz y de vigor.
Sus musculares, velludos tórax de seres altos,
eran ya rocas plenas de unos coros inmensos.
Cantaba como el mar cuando lo pulso como a una cítara
y como selvas enajenadas si las cumbres exalto.
¡Oh coros de los hombres cuando jubilosos a la vida cantan!
¡Oh sonoridad delirante de la voz de los hombres,
cuando ebrios de fuerza cantan sus poderosos himnos!
Dimensional relámpago de yunques
salió desde crepúsculos y auroras.
La tremenda agonía del Espíritu
con tu quebrantamiento comenzaba,
¡oh Tierra activa de frutales méritos,
uvas de brandy colindando al Norte,
cálidas piñas madurando al Este,
rojas ciruelas en los tibios valles,
y avellanas y nueces y toronjas
en las llanuras de tu limpio Sur!
A mí, que te circunvalo como anillo de cristal
puesto sobre tus sienes en prenda de las nupcias.
A mí, tu amador, que te oigo clamando por tus seres.
Por los que silenciosos te roturan
y al golpe de tus gubias y garlopas
trabajan tu floral carpintería,
escúchame, ¡oh Tierra, Madre de las células dulces,
óyeme responder a tu clamar:
tus hijos se hallan sepultados
a la orilla del Marne gemidor!
3
(La voz de la Tierra)
¡Oh viento, amante dócil y tranquilo!
¡Amador de celestes calzaduras
que estás en mis calladas cavidades
llenándolas de ruidos diligentes!
Tú, que oreas las fibras silbadoras
del arbusto bronquial con que respiro,
y los musgos que están sobre mi sexo
guardando las entradas a mi vientre,
escúchame en mi idioma constelado
de raíces acuáticas y dátiles.
Yo no sabía que me encuentro llena
de unos hoyos carnívoros que matan,
y que al pie de tubérculos florales
está la equivalencia del sepulcro.
¿Seré, quizá, la bestia que devora
las entrañas calientes de sus crías,
un túnel de sudores congelados,
un muro de silencios abolidos
y colmenar de celdas rencorosas
por cuerpos putrefactos habitadas?
Yo no sabía que en mi carne crecen
agudas alambradas y cadalsos,
y que evadido de quemantes bosques
un tigre nuclear ronda mis sueños.
¡Ay de mi arcilla que lograr no puede
la transfiguración de las criaturas!
¡Ay de mis yacimientos metalúrgicos
en gases ponzoñosos convertidos,
porque ya mis paredes interiores
son fosas para un vértigo de espanto!
Si así fuere me arrancaré los ojos
para no ver las llamas homicidas.
Destrozaré el cristal de mis oídos
por las detonaciones alarmados.
Trituraré hasta el polvo mi esqueleto.
Arrasaré el origen de mis razas,
mis naciones de pájaros acústicos,
y me hundiré en el caos y en el Tiempo,
detrás de los telones infinitos,
como tantos cadáveres de estrellas.
¡Ay de mis estaciones temporales
que el suelo caldeador funde y enflora!
¡Ay de mis primaveras delicadas,
que el orozuz perfumador anuncia!
¡Ay del verano productor de almíbares
y del otoño colector de pieles!
¡Ay del invierno que en mis hombros deja
cuarzos de frío y deslumbrante escarcha!
¡Primavera, verano, otoño, invierno!
¡Cuatro heridas que me abre la Hermosura!
Óyeme, ¡oh viento que eres el Espíritu:
de la extinción de las criaturas sálvame!
De las tinieblas manchadoras límpiame.
A restaurar mi corazón ayúdame.
Haz que los nutridores acodajes
las corrientes de savia canalicen,
y toros columnarios me fecunden.
Sálvame, oh viento, que eres el Espíritu.
De la agresión molecular defiéndeme.
¿Qué será de amatistas y diamantes,
filtro inicial de mis clementes lagos?
¿Y qué de las profundas esmeraldas,
comienzo de mis bosques verdeazules?
¿Se incendiarán los últimos zafiros,
surtidor inaudible de los mares?
Mi cromación superficial se nutre
de esas piedras hondísimas y extrañas,
como el sueño de un niño que volviera
de soñar en fantástico país.
¿A dónde irán jilgueros y turpiales
que dan su arrullo a campesinas bodas?
¿A dónde las cordiales codornices
absortas en crepúsculos de música?
¿Y a dónde el ruiseñor que en este instante
distribuye las sílabas radiosas
de este himno a las criaturas insistentes,
que un hombre entero de los que amo, un hombre
por quien pregunto al viento del Oeste,
escribe con su misma integridad?
Porque es así como los seres míos
descubren la Belleza: descarnándose
hasta sangrar las sienes y los dedos
por la furia del trance entre las sombras.
Ved esas faces lívidas en lucha
con la gran creación atormentada.
Son ellos explorándome, ¡oh Belleza!
Taladrando el papel como una roca.
Crucificando el alma y extenuándose,
mientras sus pies sobre el infierno cruzan.
¿En dónde están mis seres? Les invoco
para que acudan a fundar ciudades
con este barro constructor que tengo,
y con los duros materiales míos.
Cada vez yo les siento separarse
más y más en su fuga hacia el Espacio.
¡Volver, volved, criaturas de mi vientre!
¡Inteligid mis órbitas de sueño!
Yo soy la claridad y la esperanza
y os aguardo en mis cúspides pacíficas.
4
(Testimonio del viento)
¡Oh Tierra, Madre de la Soledad y la Amargura!
¡Solemne compañera de la Melancolía!
En tus dinteles con hilos fúnebres
entrelazados a estambres
que tejió la piedad del Silencio,
y apenas alumbrados por difusas lámparas
de aceites vegetales y resinas,
abandono mi simple túnica,
mi cíngulo de estrellas.
Y en el umbral apagado por arbustos levísimos,
dejo mis cósmicas sandalias
para ingresar descalzo y desnudo
al recinto de grises cinerarias
donde los muertos en sí mismos reposan,
como un labio en el otro dulcemente plegándose.
¡Dos valvas congeladas sobre una boca muda!
Por ti, que esféricamente con mi beso circundo,
con mi beso abarcante,
urjo a los seres benignos
al pie de tus sepulcrales colindancias.
Ya vienen con su séquito de barrenadores y necróforos,
crisálidas de robles y ninfas de cipreses,
y alces pequeños que en los ojos guardan
un verdear de humedecidas lunas.
Se acercan con sus dádivas de humildad y sabiduría,
trayéndome corónulas de acónito y acanto.
Escucha ya sus lágrimas desprendiéndose
de sus retinas frágiles,
cual si fuera el rocío que los montes
distribuyen al pasto cuando empieza
la luz provisional de la mañana.
Confíales tus ausentes a esas amables formas
de la existencia. Ellos conocen los enigmas de la
resurrección.
Lavan la culpa corpórea con zumos amargos,
cosen las desgarraduras de la piel,
ungen la desnudez inválida
y cultivan girasoles sobre las vértebras,
porque saben que hay una primavera de los huesos,
y en las nubes
un otoño divino del Espíritu.
¡Ah de tus grandes ausentes que entre columnas de fuego
vi pasar arrebatados por los triunfos de la velocidad!
¡Qué hermosos al sol ardían sus cabellos, sus armas!
¡Qué radiantes sus ímpetus, cuánta luz en sus frentes!
¡Qué raudos fulgían, qué alcance en sus voces
y cómo la Victoria los lanzaba al septentrión!
Mas, ¡óyeme, oh Tierra, Madre de la Soledad y la Amargura,
escúchame responder a tu clamar:
tus hijos se hallan sepultados
en las orillas bélicas del Rin!
5
(La voz de la Tierra)
Ciérrate, ¡oh noche! sobre mí o ocúltales
mi rostro a los que aman
la Alegría.
N
o les dejes mirar estas arrugas
que el llanto seco en mis cortezas labra.
Ventila mis cabellos con la furia
del huracán y con diluvios lávalos.
Pido piedad para mi fuerza bruta,
¡oh Noche a cuyo amparo silencioso,
con la avidez de las leonas vírgenes
concibo entre las sombras vulneradas!
Si aún tienes auroras verdaderas,
¡oh Noche! de tus ébanos impúlsalas.
¡Dame la intacta claridad, entrégame
la Cruz del Sur, su claridad concédeme!
¡No me niegues la luz, estoy de hinojos
al Universo mismo suplicándola!
¡Dame la claridad, noche clemente,
porque el Hombre ha encendido ya la estrella
de inmenso resplandor carbonizante,
que estaba entre los átomos dormida!
Retroceded, constelaciones puras,
como palomas que el halcón ventea.
Los cántaros fresquísimos de nubes
con su licor elemental se rompan,
y acabe mi celeste alfarería.
¡Oh viento, esposo de frutales nupcias:
huid de mis domésticos jardines!
¡Dejadme sola, Númenes Benévolos,
por mis hijos de barro escarnecida
y por ellos a muerte condenada!
¿No sabían mi lucha con el mar
para ofrecerles firme territorio?
Yo les di las columnas de sus casas
y la calefacción de sus fogones.
La cocción de sus panes y alimentos
y el instinto carnario de las presas.
Formé la inteligencia de sus manos
y los hice ebanistas y albañiles.
No hay uno solo de ellos que no guarde
mi testamento de agua en sus pupilas.
De mi sabiduría ya no existe
sino unos hornos de argamasa pobre,
unos ladrillos viejos y unas tejas
en lo alto de metálicas ciudades.
¡Oh ciencia mía natural que mueres
bajo las ruedas de agresivo fierro!
¡Ay de mis hijos que en las manos tienen
estrellas con eléctricos volúmenes!
¡Ay de ti, Prometeo, que les diste
los poderes ocultos de las llamas!
6
(Testimonio del viento)
¡Oh Tierra, baluarte hermosísimo, lucero que apagándote
fuiste barca de nubes
con tus seres orgánicos y tus frutas a bordo!
Amo tus vetas de aluvión, tus paredes de sílice,
todo lo que es en ti resistencia y masa,
y el azul espectáculo de los mares cubríendote.
Yo, desnudez de espíritu, encuentro manto en tus árboles,
hospitalidad en tus cisternas
y en tus nectarios energía.
Celeste y desprovisto de espaldas materiales,
¡qué sería de mis apariciones invisibles
si no las encarnaras!
¡Y qué de mi sueño altísimo sin tus captoras redes,
pues soy la Poesía que no logra decirse
y se queda en penumbras dolorosas
como el halo en las sienes de los mártires!
Vuelvo de recorrer abismos con mis sandalias veloces
de lebrel delgado que en los ojos tiene
dos luceros agónicos,
y a cada lado aletas de peces cristalinos.
Mira mi rostro exangüe,
mis sienes aterradas,
mis manos sitibundas.
Vengo de oir el zumbido
de las abejas satánicas
de un colmenar que el infinito esconde.
Cada gota de luz es un infierno.
Toda hermosura del Abismo mata.
Sólo encontré el espanto vigilándome
desde una eternidad irresistible.
En ti refugio, ¡oh Tierra!, mi angustia de la nada,
mi frente de ciegas nubes y mi boca desprovista
de labios.
¡Alójame!
Te imploro el más humilde de tus cuerpos,
la más tierna de tus encarnaduras.
Dame unas piernas de cervatillo débil,
los brazos de una alondra,
entrañas de libélula en su capullo,
y algún bordón para escalar tus cumbres.
Tal vez entonces pueda verter tus mismas lágrimas,
¡mis claros ojos de cristal no lloran!,
y acompañarte a colocar ofrendas fúnebres
en las estepas donde tus muertos
se agrupan en los cálices del frío,
porque ¡óyeme, oh Tierra, Madre de la Fuerza Dolorosa,
solemne compañera de la Melancolía!
¡Escúchame responder a tu clamor:
tus hijos se hallan sepultados
en las nieves del Vístula invernal!
7
(La voz de la Tierra)
¿Por qué mis ríos generosos mueren
quemados por la sed de las batallas?
Siento horror de mis ríos en que sordas
las naves de los muertos se acumulan.
Parece que mis ríos son sarcófagos,
espejos con imágenes yacentes
de caras y estaturas de sepulcros.
¡Oh Vístula sombrío de Polonia!
¡Oh Rin de los guerreros alemanes!
¡Oh Marne de una Francia de ceniza!
Retroceded hasta la gota última
que exista en vuestros vasos nacederos.
Fluid contrariamente como un hombre
que sus pasos ambúlicos desanda.
Abolid esos nombres tan humanos
que os dan una existencia de personas
acuáticas, con pueblo y domicilio.
Tú, dulce Marne, nómbrate Necrópolis.
Tú, Rin hermoso, invócate Sudario,
y tú, Vístula, llámate Agonía.
Ríos no sois sino sangrientos bloques.
Contradicción de la nocturna lluvia
que con vosotros sus espinas mezcla.
¡Ah, mis lluvias tranquilas, bondadosas
como relentes de apacibles valles,
allá donde los ríos están llenos
de párbulas criaturas que los viven:
recentales ternísimos y liebres,
y cachorros de fieras como niños,
y una perdiz y un tordo y un zorzal!
Finalmente pregunto por vosotros
Por los cultivadores de naranjas
y por los sembradores de aceitunas.
Por aquellos que injertan los duraznos
en la pulpa dorada de los higos.
Por los que al sol desbrozan las cerezas
y comen de blanquísimas guanábanas.
Por todos esos seres tan frutales
que viven entre pájaros y espumas,
lo mismo al Norte que en el limpio Sur.


8
(Testimonio del viento)
¡Óyeme, oh Tierra, Madre de los blandos tegumentos,
las levaduras y aleuronas!
¡Escúchame responder a tu clamor:
tus hijos se hallan sepultados
a la orilla del hondo Yang-Tszé-Kiang!
¡Y ha de venir el día en que incendiadas las fronteras
y los hombres por su amargura calcinados,
sólo quedemos en la sal del mundo,
tú, la Materia Eterna, y yo, el Espíritu,
enfrentados al rostro de la Muerte!

FIN DE LOS TRABAJOS DE HERAKLES de Germán Pardo García

FIN DE LOS TRABAJOS DE HERAKLES

A Vicente Aleixandre
Mantua me genuit. Calabri rapuere. Tenet nunc
Parthenope; cecina pascua, rura, duces.
Epitafio de Virgilio.


Soy Heracles, semidiós y pugilista griego.
Poeta fui también de Colombia, mi patria.
Le ayudé a Prometeo a arrebatar a los dioses
la llama celeste.
Después le vi encadenado en las llanuras de Escitia.
Armé el brazo de Pausanias en Platea,
y a lomo de pentélico centauro
galopé en la penumbra de los siglos,
hasta llegar al de la universal batalla.
Vi decapitar en Londres a Tomás Moro
y padecí bajo el poder de la injusticia.
Le disputé a Jack Jonson el cetro de la fuerza
sobre algún ring en Indianápolis.
Contemplé el derrumbe del ejército alemán
en las congeladas estepas.
Me enfrenté a las iras dinámicas
y a la desintegración de los átomos.

Les canté a las húmedas mieses y a los toros
de Colombia, en recuerdo de Virgilio.
Tengo 2.500 años. Estoy inerme y solo
y he llegado al fin de mis trabajos corpulentos.

No me intimida la muerte porque mi razón es más honda
que el pensamiento de los dioses.
Pero ¿quién sabe algo de mí, de mi fulgurante entusiasmo,
de mi destino heroico,
de mi solidaridad humana, humilde y tierna?

Mis himnos a los obreros y a las cosas,
¿quién escucha?

Sé que no puedo combatir con mi clava de roble
contra una compulsión acorazada.
He perdido la orientación divina.
Soy un náufrago del Tiempo, un héroe occiduo.
Mas aún tengo el orgullo de mi estirpe.
Y en el instante de la agonía,
al separarme del mundo,
memoro lo que de mí cantara Eóphokles,
y con la voz grande y clara de los poetas y los púgiles,
yo, que todavía soy la hermosura y la soberbia,
con mis últimos poderes así clamo,
y restalla mi voz contra los Andes:
¡preparad para mi cuerpo la pira fúnebre
sobre los Montes Eta!

¡Y que los colibantes de Cibeles
no me tornen insensible
con la liturgia de sus flautas,
al penetrar mi ser en el Misterio!

"FRANJA DE TIERRA" de Germán Pardo García


 
FRANJA DE TIERRA

Estoy buscando lentamente una franja de tierra.
¡Lo único que necesito!
Es para mi final trabajo agrícola.
Agricultor yo fui, sembraba trigo.
Mas antes elegía el terreno adecuado,
el más rico
en reservas de carbono y potasa,
el más noble, el más limpio,
para que el arado penetrara
como el amor en el pecho de un hombre sencillo.
Así, después de tantas bregas y ultrajes,
de tanto haber vivido,
de haber sembrado inmensas extensiones
echándoles sudor por regadío,
estoy buscando una franja de tierra, una tan sólo.
¡Es el instante! Lo he sentido.
Cambian las formas insensiblemente.
Hay más solemnidad en la luz y en los ruidos.
Con vegetal sabiduría,
la busco en un valle pacífico.
Lo demás no importa: ni el sol ni la lluvia
ni el frío.
Es para un trabajo misterioso
que no puedo dejar inconcluido:
el de la conjunción de un hombre con su tierra.
¡Y estoy listo!