domingo, 27 de mayo de 2012

INVOCACIÓN A LA NOCHE de Germán Pardo García

INVOCACIÓN A LA NOCHE

Separa de mi ser todo elemento
que la materia a su pesar inclina,
y envuélveme en tu acuática neblina
dejándome desnudo el pensamiento.

Indúceme al jardín donde el aliento
Se satura de estrellas y la harina  
que el molino ennoblece y aglutina,
convierte en desnudez su sedimento.

¡Pensar! Y que mis sienes escarpadas
cintilen como antenas capturadas
por la luz electrónica de un rito

donde la Eternidad piensa desnuda,
sin Dios, sin mente, sin piedad ni duda
 ni el gran dolor del pensamiento escrito.

LOS HOMBRES DEL DESIERTO de Germán Pardo García

LOS HOMBRES DEL DESIERTO

Los hombres del Desierto somos raíz del Génesis.
Como la Esfinge, ocultamos las claves de Sumer.
Desde antes de Aristóteles
conocíamos los arcanos de las plantas.
Amarillos, iguales a la arena,
nadie ha visto jamás nuestro color.
Caminamos lentamente. No se sabe
que nuestra lentitud es un proceso de los siglos.
Cuando encendemos una luz en nuestras casas,
se ignora que esa luz es saturnal.

Nuestras palabras triples cantan sin decirlo
dónde está la escritura salvada del naufragio,
las postreras resinas misteriosas
y el sentido secreto de los cultos.
Si nos invitan a la mesa de los príncipes,
al separarnos queda en los asientos
un polvo que no es humus ni ceniza.
Al gustar de los panes que comemos,
al beber del licor de aquellas copas,
hallamos el legítimo sabor de los manjares
y la transformación de1 hidrógeno en las ánforas.
Los diáconos no pueden en los templos
responder nuestras áridas preguntas,
ni encender los rituales holocaustos
de nuestras tribus en el yermo astral.
Tú que me estás oyendo, quédate mudo, absorto.
Si me voy no vigiles a qué sitio me alejo.
Lo que busco está próximo, a unas pocas miradas.
Pero los hombres del Desierto, cuando partimos hacia nosotros,
a pesar de estar cerca, nunca, nunca llegamos.