viernes, 10 de febrero de 2012

HIPOTESIS SOLAR de Germán Pardo García

HIPOTESIS  SOLAR


No comprometo sobre lo oscuro de estas hojas
mi color solar, lo único hermoso de mi vida.
El me otorga ese limpio matiz escarlata
de dignidad suprema,
con que me visto ritualmente por las tardes,
para oficiar ante la noche como solar prosélito.
El me da facultades bellamente encendidas,
cuando la mitad de mi ser frente al crepúsculo
sufre una pequeña muerte,
mas la otra mitad canta en la sombra.
Desprovisto de solar decoro,
para mí como el pan necesario,
mi espíritu no tiene los móviles recursos
del camaleón, danzante
sobre la estela musical del iris.
Si la silvestre bestezuela
pulsa su vida amenazada,
conviértese, de arbusto, en amapola.
Yo soy la inerme oruga que apenas si se encoge
al sentir el relámpago y sus iras.
Cuando padezco mi color no cambia.
¡Ah, si pudiera como el camaleón cetrino,
pasar del gris al verde y al gualda y a lo púrpura!
Pero no: soy nada más la púrpura, el incendio
sin lo gualda, lo verde ni lo gris.
Mi destino es vivir amurallado
por el rojo solar que me encarcela,
deslumbrante y hermoso pero trágico.
Mi alma lo escogió como su insignia.
Con él comienzo mi trabajo diurno
de tinta azul en mano carpintera,
y escribo con la espalda hacia la Muerte.
Mi códice de brisa tiene cánticos
de rojos duros y capítulos
donde todas las letras se desangran.
Mas yo quisiera ser como el volatinero
cambiante de colores,      
sobre la incandescencia de la pista.
Pero soy fiel a mi destino
solar y a mis escudos escarlata,
que empiezan en hipótesis celestes.
Porque soy algo de la escoria solar, de su hermosura
tremenda y lo incendiario de su orgullo.
Esa es mi estirpe: el rojo de la llama.
¡Qué importa que irradiando me atribule,
si soy de las hipótesis solares,
y su tránsito por las penumbras de mi espíritu
recuérdame unas nubes doradas que son, como las rosas,
únicamente hipótesis del sueño!

martes, 7 de febrero de 2012

CLAMOR ANTE EDGAR POE de Germán Pardo García

CLAMOR ANTE EDGAR POE
                               A Eduardo Mendoza Varela


IRIS de las Tinieblas,
tizón azulísimo:
como el caudal de sucio lago
que adelgaza mientras lunar eclipse
descontorna los montes,
fluye hacia ti el torrente de mi culpa.
Pequé contra la sangre misma
contra el cuerpo de la mujer y la hermosura del hombre,
y mi lacra fue cual diamante rojo
en sombrías cavernas de dolor irradiando.
Tú, que te viste emparedar contra el rincón del ludibrio;
tú, bebedor de vinagre en las fúnebres tascas,
a mí, desertor de liturgias
que elevan entre la noche, cual una barca virgen,
sus mástiles y cánticos,
me escuchas porque arrastraste una cruz de mostos
y de murciélagos oscurísimos,
de suburbio en suburbio,
 de taberna en taberna.
Pequé con todo el vigor de mi bajísima culpa
y los golpes que doy sobre mi costado,
como en la piel de un tambor cavernoso resuenan.
Pero ¿qué es el Pecado sino un trance divino?
Tu oír de buzo terrestre
percibe el nocturno escándalo
de mi angustia batiendo a somatén,
y el demente murmullo de mis olas.
Me oyes clamar cual un monótono batracio
morador de lagunas y cardones,
y escuchas el responso que te envían
por mi espíritu,
luciérnagas que fulgen como antorchas
en el funeral de mi carne insepulta.
Apiádate de mí, tú que llevaste el corazón de Ligeia
amortajado en tules verdes,
por un jardín de mariposas grises
labrando un féretro escarlata,
y hacia un erial de escarabajos de oro.
Déjame saturar tus pies heridos
con raíces y tallos de llantén,
y permíteme colocar sobre tus sienes
con mi sabiduría herbaria,
cogollos de ranúnculos en flor.
Titán de la Amargura,
de las alcohólicas espinas
y el brindis con salmuera fermentada:
refúgiame en la fronda de tu pelo
como en los musgos de una selva triste
donde florecen águilas bellísimas.
Lávame el pus que balda mi sueño
con el vellón de tu inocencia impura,
y haz que ese cuervo tuyo, paladín de catástrofes,
los continentes de mis ojos coma.

Pequé y la acritud de mi ultraje,
como un espectro submarino
y entre el fragor de impúdicas tormentas,
 surge por fin a bordo de mi alma.
Si es necesario, de tu copa inicua
yo libaré residuos nauseabundos
y sedimentos humillantes,
hasta agotar las pústulas del fondo.
Y si es preciso con mis pies de cobre
recordaré el tránsito de los tuyos,
claudicantes como de oruga ciega
perdiéndose en satánicas mazmorras.

A ti llego, reptante sobre las agujas
de un nocturno Sahara que mi piel galvaniza.
A ti, Laurel del Verbo Electrizante
y el rostro de constelación atormentada.
Recíbeme en tu hospital, oliente a estiércol de
                                                            [moribundos
y a vómitos y harapos de beodos.
Te busco en los clandestinos lupanares de Brooklyn;
al pie de una muralla con blasfemias en inglés
y figuras de sexos encendidos
y labios iracundos asediándoles.
Franquéame tus puertas de Maldito.
Mi error no es de esas culpas que la Misericordia lava,
sino de los que incinera la furia del Infierno.
A ti, custodio de miserables escalones
que van a los tugurios de la sed
y a un valle de frenéticos gorilas,
a ti voy mientras alzas tu cáliz de cicuta en los puños
y te bebes tu sangre acusadora.
Ante ti me prosterno porque fuiste
sostén de iluminados suplicantes;
asilo de los tránsfugas nocturnos
y hogar de los proclives y dipsómanos,
y anúdome a tus piernas, en su embriaguez seguras,
y al vértigo de tu delirium tremens,
y te imploro: ¡Perdóname,
oh Precursor de un ebrio Anticristo!
que a un sepulcro de brandy te desplomas,
clamando: ¡Reynolds,
Reynolds,
Reynolds!, desesperadamente;
bajo el sudor de mancillados linos
y camisas de fuerza estrangulándote,
para resucitar de entre los muertos,
vestido con la maravillosa túnica
de tu alucinación vesánica.

SEXOS EN LUCHA de Germán Pardo García

SEXOS EN LUCHA

Huele la sombra a sexo que reclama
ser derribado en tierra y sometido.
Huele a semen de toros y a podrido
sudor febril de orangután en brama.

Todo trasciende a ebullición que inflama,
 y a orgasmo y a genésico alarido
de un hombre glandular, que enardecido
sus espermas purísimos derrama.

Nocturno fuego violador me ciega.
Y cuando se hunde y a mi sangre llega
con su devastación germinativa,

cual un pulpo sexual tiendo mi lazo,
sin saber si es un hombre lo que embrazo,
o una mujer desnuda y corrosiva.