sábado, 14 de abril de 2012

UN HOMBRE VUELVE AL MAR de Germán Pardo García

UN HOMBRE VUELVE AL MAR

Lanzo mi cuerpo a trascender sobre la playa,
cual si fuera un atún al que asedia el pelícano.
Fracasó mi fabular terrestre.
No pude traducir el silabario de las orugas
y le rondo mis vínculos al mar.
Esquivo el mundo, salival espejo
donde están los escándalos mirándose;
el amor y su artilugio de serpiente
deslizándose voraz por nidos de palomas;
el odio en la desnudez de las espadas
y el corazón y sus saltos de canguro.
Incendié mi campamento de beduino,
mi tolda de traficante vagabundo
que permutó batracios por estrellas,
y me confío al árbol genealógico del agua.
Fraternicé con los dorados tulipanes
y vertí en campesinos atanores
rocío a los helechos pubescentes.
Clamé que soy el taumaturgo que transforma
los linfáticos sueros y conjura
la aparición del cáncer en el alma.
Que soy hijo de alondras y mis coros
resonar de volcanes apagados.
Mi divina simulación aquí concluye,
frente a los jeroglíficos del mar.
Cuando desaparezca de esta playa
decid: era el hermano natural de las esponjas,
el gemelo sinuoso de los pulpos,
el amante sexual de las madréporas
y el árbitro salar de las tortugas.
Ya no estaré con mi fulgor de azufre,
mas sí en identidad de nave líquida.
Decid entonces: vino a confundirse
con su placenta de potasio y yodo
v a conocer a su violento padre.
En la ribera se vistió de lluvias.
¡Era de agua y lo retiene el mar!
 

PARAISO PERDIDO de Germán Pardo García

PARAISO PERDIDO

Fui en esa casa el hijo bienamado.
Cuando los otros niños se alejaban
a cazar mariposas en el bosque,
yo quedaba en silencio, paralítico,
cual otra mariposa aprisionada
bajo la intimidad de una alacena.
Viví a la orilla del sepulcro, oyendo
devorarse a sí misinos los gusanos,
y adquirí desde entonces un sentido
larval de la existencia y de las cosas.
Al que la muerte besa desde niño,
será siempre un cadáver transeúnte.
Mi padre me acunaba y me decía:
¿cuándo vas a volar, hijo del aire?
Y al fin abrí las alas dolorosas.

Hoy tengo setenta años. Ya no existe
mi padre; y en la casa, único huésped,
el frío lastimero la transita.
Mas he vuelto y clamado: soy el águila
que retorna a morir donde naciera.

Estos muros son míos. Estas ruinas
por derecho natal me pertenecen.
Mi padre me las dio en su testamento,
y a la vez un turpial y un gallo mudo.
Yo soy el albañil de estas paredes
y el mezclador de cal y el hortelano.

Y quise entrar, sentarme en esos quicios,
comer lo que sobrara de esas frutas
y restaurar las duelas amarillas.
Mas un ángel nocturno v silencioso,
bajo la faz de un perro amenazante,
desnudó las espadas de sus dientes
y me negó la entrada al paraíso.

EL HOMBRE ABEJA de Germán Pardo García

EL HOMBRE ABEJA

Mirábanle salir de su casa lacustre
fija al pie de un gran monte sereno
de su natal país, allá en el sur.
Siempre guardó el sigilo
de sus fugas cinegéticas,
pues se creyó que salía en busca
de la azul cornamenta de algún ciervo
o de la carne de una codorniz.
No supo nadie que él tenía su colmenar propio,
por él mismo labrado con fragantes ceras,
y que en sus doradas cápsulas
él mismo destilaba frutal licor.
Le vieron muchas veces
inclinarse sobre las flores,
y pensaron que las amaba
como ninguno antes allá.
Les succionaba el néctar con ternura
y vertía sus dulces bálsamos después.

Desapareció algún día. Jamás lo recordaron.
Cuando volvieron a encontrarle
destilaba desde sus sienes
otro licor más hondo en el papel.

Os doy testimonio
de haber conocido a este hombre-abeja
en su profundo colmenar, allá en el sur.