ELEGÍA A
LÍDICE
Existe una palabra para sentir la intensidad
del dolor del hombre:
Lídice.
Es
hermosa,
por
su enérgico ritmo esdrújulo
y
trisílabo:
Lídice.
Sin
embargo nos punza cual eufónica espina,
y está sola como una flor que vierte
ceniza y cal en la conciencia humana.
Sirve para medir toda estatura
cadavérica;
y está sola como una flor que vierte
ceniza y cal en la conciencia humana.
Sirve para medir toda estatura
cadavérica;
para
mostrar los fosos nauseabundos
tapados como cápsulas inicuas;
para incendiar los sueños de los niños
y extinguir el verdor arborescente.
tapados como cápsulas inicuas;
para incendiar los sueños de los niños
y extinguir el verdor arborescente.
Lídice:
de
otras ciudades viéronse columnas
de mujeres apátridas
y criaturas domésticas,
huir
de mujeres apátridas
y criaturas domésticas,
huir
por
los caminos llenos de tanques y cañones.
Viéronse
Cristos mutilados
bajar
de los altares abolidos;
tomar
su cruz y sus ardientes clavos;
cargar
los miserables atributos
del
que implora,
y
como el hombre y la sumisa bestia,
iniciar
la agonía del destierro.
* * *
De
ti,
Lídice,
nada
salió.
Caíste
vertical y al golpe oscuro
de
una condenación abrumadora.
Fue
un desplome concéntrico de paredes y calles,
monumentos,
herbarios
y
nubes.
En
tu yermo perímetro
brotó
después la sal,
ese
lustre de célibes praderas.
Y
apareció el insecto putrefactor y fúnebre
de espalda azul y transparentes alas,
de espalda azul y transparentes alas,
que
ronda las recientes sepulturas;
y
se mostró la hiena,
satánico
habitante de las ruinas.
Tu
crecimiento,
Lídice,
fue
hacia abajo, hacia todo lo sepulto,
como
un árbol
equívoco.
Y tuviste
el nivel de las lagunas
congeladas;
congeladas;
el
insondable estigma del vacío
y el miedo tutelar de los escombros.
y el miedo tutelar de los escombros.
¿Cómo
nombrarte,
Lídice,
Lídice,
si
tu martirio lo indecible abarca?
¿Cómo llorar por ti si todo llanto
desemboca en tu clima decadente?
¿Cómo llorar por ti si todo llanto
desemboca en tu clima decadente?
Los
hombres que vivimos
después
de ti no somos los de antes.
Hablamos
un idioma de criptas y de signos.
Volvemos
de la nada
que
aturde con sus trágicos preludios,
y
eludimos al viento sagitario
que
libre zona vegetal flanquea,
porque
sabemos,
Lídice,
que
la concentración en nuestros hombros
dejó la huella de sus zarpas dígitas
y sus activos látigos,
y comprendemos,
Lídice,
dejó la huella de sus zarpas dígitas
y sus activos látigos,
y comprendemos,
Lídice,
que
atormentando espíritus y estrellas
hay algo superior a nuestra angustia.
hay algo superior a nuestra angustia.
¿Qué
puede nuestra sangre transitiva
junto a tu sangre permanente, Lídice?
Al hablar de la sangre se pregunta:
¿en dónde está tu sangre,
Lídice?
junto a tu sangre permanente, Lídice?
Al hablar de la sangre se pregunta:
¿en dónde está tu sangre,
Lídice?
¿En
dónde está tu cuerpo,
Lídice?
Lídice?
Y
se recuerda entonces que tu sangre
fue borrada
fue borrada
de
la estirpe y del mundo de las formas,
y tu cuerpo
y tu cuerpo
devorado
por álgidas hogueras.
No
tienes sangre,
Lídice,
Lídice,
no
tienes cuerpo,
Lídice.
Lídice.
Sólo
eres un vocablo trisílabo y enérgico
para
medir el contemporáneo dolor del hombre;
la
pasiva escritura de palabra
que
a sí misma se hiere y se disloca,
y
tal vez algún rastro en cualquier sitio
que
brújula de horror indetermina;
un
rastro nada más en algún sitio
sin
calor, a la sombra de alguna conífera
helada,
igual
a tantas congelaciones
que sentimos,
que sentimos,
y
llevamos hundidas en nosotros,
más allá del dolor y la memoria.
más allá del dolor y la memoria.
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